27.12.08

Navidad

Odiar la Navidad está de moda. Y mira que me jode ir a la última, pero no me dan opción.

Hay cosas que pueden llegar a gustarme como las luces estáticas de color blanco resiguiendo fachadas por todos lados (las intermitentes de colores ya son otra historia), o que la gente encuentre en estas fechas la excusa idónea para reencuentros familiares.

Pero odio que todo el mundo tenga fiesta y que todos decidan salir como alma poseída por el diablo a comprar regalos por simple obligación y que en consecuencia hasta para comprarte una bolsa de pipas tengas que hacer cola.
Odio ser parte de esa masificación sin darme cuenta y llegar a sentir que se acaba el mundo si alguien se queda sin regalo porque yo he sido muy perezosa o no me he acordado de comprarlo.

Pero lo peor de todo, lo que más odio en estas fechas es que a la hora de abrir los dichosos regalos que tantos sudores han costado, todo el mundo siga un orden. Cada uno espera su turno, a regañadientes, porque alguien siempre decide seguir un puñetero orden, para que lo demás no se pierdan detalle de la cara y la reacción de la persona en cuestión al quitar esos papeles tan rojos y útiles.

Para mí, esos segundos, son pura concentración: Intento aislarme de todo y pensar que estoy abriendo una caja llena de billetes a todas partes del mundo que voy a poder usar sólo si interpreto bien mi papel. Pero una vez abierto el regalo...suele ser difícil seguir con la farsa.

A veces me gustan, a veces cuela que me han gustado.
A veces noto como las expresiones de la gente me gritan que no doy una, a veces simplemente prefiero no mirar.